EL HERALDO
Pregonando la Palabra de Jesucristo

Los problemas de la Educacion en Nuestra Sociedad





                                                  Los problemas de la educación en nuestra Sociedad
Cuando reflexionamos seria y honestamente acerca de los problemas de nuestra sociedad, llegamos muy fácilmente a la conclusión de que el origen de la mayor parte de los males que padecemos proviene de fallos y defectos en la educación.
Lo mismo ocurre cuando examinamos la situación actual de la Iglesia. ¿Pueden ir bien las cosas en una congregación religiosa donde el mayor número de creyentes ni siquiera reciben los sacramentos que ordeno nuestro Señor los cuales son: El Bautismo y La Cena del Señor ) y mucho menos han alcanzado la formación personal necesaria para comprenderlos y vivir de acuerdo con sus dones y exigencias?
Educar es el arte de transmitir a los demás lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, con el estudio y la meditación, con la experiencia de los acontecimientos vividos y la relación con otros seres humanos. Este traspaso de la realidad espiritual de una generación a otra es la condición indispensable para el crecimiento de las personas, de la sociedad y de la humanidad entera.
Es muy posible que las deficiencias actuales de la educación sean una de las cosas más negativas de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia. Estas deficiencias se originan ya en la familia, crecen en la escuela, se amplían en la vida social y se consolidan con las debilidades y las omisiones de la educación religiosa.
Para los cristianos, Jesucristo es el educador principal e indispensable. Él nos ofreció y nos ofrece por su Iglesia lo mejor de su conciencia humana, su conocimiento verdadero y definitivo de Dios, su manera de acoger y tratar a las personas, su forma de entender y valorar el mundo en las circunstancias más variadas de la vida, el conjunto del mundo en el que tenemos que desenvolvernos y la manera de hacerlo correctamente en libertad y en la verdadera justicia que es amor y misericordia.
Jesús es un principio universal de humanidad y de cultura. El punto de partida de la más depurada educación.
No creo que sea exagerado decir que hoy, en la mayoría de las familias “cristianas”, hay grandes deficiencias educativas.
La educación requiere convivencia intensa en un clima de confianza y comunicación. Pero la forma de
vida dominante, excesivamente sometida a exigencias, externas, hace que los padres estén poco con los hijos y hablen poco con ellos.
Sería interesante que los padres se preguntaran cuánto tiempo dedican cada día, cada fin de semana, a
estar con sus hijos y hablar con ellos con tranquilidad y confianza. (Aquí podemos debatir acerca de “calidad” o “cantidad” de tiempo)
En todos estos años se ha establecido ampliamente en la sociedad (y también entre nosotros) un principio radicalmente antipedagógico, que podría formularse así: quiero que a mis hijos no les falte de nada, que no sean menos que los demás, que crezcan y vivan espontáneamente, que sean felices a su manera.
Lamentablemente a este principio le falta algo tan decisivo como ayudarles a descubrir lo que verdaderamente es bueno para ellos, lo que de verdad les hace crecer y calificarse como personas.
En este contexto, nos damos cuenta que algunos padres adoptan este criterio como compensación de lo que ellos mismos tuvieron que sufrir, otros por inseguridad ante las ideas de los hijos y otros muchos, como la manera de mantener unas relaciones distendidas en casa a pesar de las distancias y desacuerdos que se puedan tener.
Esta forma de proceder sacrifica la autoridad a la condescendencia y deja a los jóvenes en manos de sus tendencias más instintivas e intuitivas. No les presenta ideales de vida, no corrige sus defectos ni desarrolla su responsabilidad personal, favorece una idea falsa del propio valer y de los propios derechos que tiene y, lo peor de todo, los deja a merced de las manipulaciones ideológicas que hacen los mercaderes económicos, religiosos y sociales.
Educar blandamente a nuestros jóvenes, quienes van a tener que vivir en un mundo duro y muy exigente no es hacerles un buen servicio.
La escuela en estos últimos 25 años, ha trabajado con unas leyes y unos criterios pedagógicos de inspiración agnóstica, atea y tan anticristiana, que no ha sido capaz de ofrecer a nuestras jóvenes motivaciones de orden moral y valórico para que hagan el esfuerzo imprescindible en cualquier aprendizaje, reforzando las
deficiencias de la educación familiar. (Porque no sabe ni tampoco puede)
Nadie que sea honesto y sensato puede negar la necesidad de que hay que hacer un cambio radical en nuestros sistemas pedagógicos y de enseñanza.
Pero (y esto es una verdad indesmentible) no será posible cambiar de verdad el tono educativo de los colegios si no mejora también en las familias.
Porque dar siempre la razón, no corregir nada, no exigir responsabilidades, es el mejor sistema para fomentar personalidades egoístas, atrofiadas, con muchas necesidades y pocos recursos personales y, en consecuencia y finalmente a raíz de ello, tenemos jóvenes resentidos e infelices.
Esto mismo lo hemos visto (y lo vemos) en la actuación y predicación de muchos líderes y educadores religiosos. Con la mejor voluntad del mundo, se ha intentado facilitarles las cosas a los jóvenes lo más posible, (supe de una Iglesia en la cual se hizo, algunas veces, el culto a sus gustos y a sus horarios), se ha adaptado la predicación a su sensibilidad, desarrollando los aspectos humanistas y omitiendo las verdades fundamentales del cristianismo,
aquellas que nos plantean las exigencias radicales de la llamada de Dios y las responsabilidades de nuestra libertad. Les hemos ofrecido una versión blanda y desvirtuada del mensaje de Jesús y de la vida cristiana, sin renuncias, sin esfuerzo, sin ideales de santidad y de heroísmo.
No han descubierto la verdadera grandeza del cristianismo, ni su verdadero significado ni su verdadero atractivo. Esta versión humanista y poco exigente del cristianismo que se les presenta, no los ha convencido.
La Familia, la Iglesia y la sociedad, todas ellas, han colaborado a dejar a nuestros jóvenes sin una educación eficiente en el campo de los afectos y de las relaciones personales. En la sociedad se ha impuesto una actitud permisiva y condescendiente en todo lo referente a la sexualidad.
En la Iglesia, por el mismo principio de la adaptación, mal entendido, hemos caído en el “dejarse estar” y, lo más preocupante, en un silencio vergonzante que no ha clarificado ni fortalecido moralmente, a los jóvenes, en una cuestión tan importante como ésta para la educación de su propia libertad y de sus actitudes ante los demás. De manera irresponsable se anima a los jóvenes a practicar el sexo con espíritu lúdico, sin hondura personal ni responsabilidad social. Esta conducta les priva de la necesaria fortaleza interior y compromete gravemente el porvenir de su futura vida familiar, con las graves y dolorosas consecuencias que se
pueden seguir para sus hijos. En este punto todos tenemos que hacer una revisión sincera y adoptar sin titubeos los cambios que veamos necesarios.
Lo más peligroso que vemos en la juventud actual, es la prematura confianza en sí mismos. Se ven más cultos, más dueños de la situación que los adultos.
Llegan fácilmente a la convicción de que no pueden confiar en los mayores ni aprender nada de ellos. Se cierran en su mundo y organizan su vida, por el día o por la noche. No faltan quienes fomentan estos sentimientos para hacerlos más influenciables y explotarlos mejor, económica o ideológicamente. en sus padres ni en sus maestros es una presa fácil para que se desvíe del camino enseñado. Ellos, los jóvenes, tienen que saber distinguir las palabras falsas de las verdaderas, los halagos interesados del amor leal y verdadero.
Se juegan la vida en ello.En realidad, muchas más cosas podríamos  decir.
invitación a los responsables de la educación de nuestros jóvenes, (padres, profesores, predicadores pastores) a una sincera, honesta y leal revisión de lo que estamos haciendo en este campo de la educación y con nuestros jóvenes.
         No sirve de nada prohibir, criticar y/o aumentar las tensiones. Tenemos que acercarnos a nuestros jóvenes
         adolescentes, escucharlos, ayudarlos a reflexionar, ser leales con ellos, proponerles ideales estimulantes y
         verdaderos, presentarles un estilo de vida que los convenzan, los inspiren, los estimulen y los impulsen a ser
         mejores. (El mayor y mejor ejemplo que podemos darle, es la forma en que nosotros vivimos
         Con esta breve reflexión que hemos hecho, hacemos un llamado para que encontremos en Nuestro Señor 
         Jesucristo  el mejor modelo de educador para nosotros y el mejor ideal
de humanidad para nuestros 
          jóvenes.
          Ojalá, nosotros, los padres cristianos, lo entendiéramos así.

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